Todos nos resumimos en una sola palabra: Número. Somos un número ante los demás, somos una cantidad, somos un valor, un agregado, un déficit, pero al final somos un número. En la escuela nos define una nota, en la casa ser tal miembro de la familia, estar en la posición tal de hermanos. Ser el primero en llegar, o el último. Y al final somos números, y números, y números...
Ya lo decía, y con mucha razón, El Principito:
A los mayores les gustan las cifras. Cuando se les habla de un nuevo amigo, jamás preguntan sobre lo esencial del mismo. Nunca se les ocurre preguntar: “¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar mariposas?” Pero en cambio preguntan: “¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?” Solamente con estos detalles creen conocerle...”
La gente te pregunta cuántos años tenés, cuantos hermanos, cuanto dinero, cuántos amigos,... Al final quizá no está mal ser un número, y quizá lo que más me asusta es que nos defina un número, porque los números son frios, son secos, son números, y un número no siente, ni resiente nada...
La gente te pregunta cuántos años tenés, cuantos hermanos, cuanto dinero, cuántos amigos,... Al final quizá no está mal ser un número, y quizá lo que más me asusta es que nos defina un número, porque los números son frios, son secos, son números, y un número no siente, ni resiente nada...
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